Las principales ciudades del país marcharon de
manera multitudinaria este viernes 3 de junio para protestar contra la violencia de
género. También en localidades más pequeñas se realizaron marchas; en el caso
de Gualeguay no se avizoró un gran número de manifestantes, sin embargo, es digno
de destacar el hecho de unirse por esta causa.
El debate se pone de manifiesto por la relevancia
de estas marchas, teniendo en cuenta que los índices de muertes a causa de
violencia de género no han disminuido. Entonces, surgen algunos interrogantes:
¿son útiles estas movilizaciones a la hora de paliar la situación de violencia y
femicidios? ¿son oportunas para crear conciencia o solo es un acto de
cumplido?
Se plantea el papel que deben cumplir las
fuerzas públicas de seguridad, la Justicia, el Poder Legislativo y propio
Gobierno Nacional. Es una obviedad tener que decir que cada institución debe
cumplir eficazmente, en tiempo y forma, el rol que le corresponde. Sin embargo,
nunca excede el comentario de remarcar estas cuestiones.
Otros proponen la creación de oficinas de
atención, centros de contención, casas para el alojamiento de las víctimas,
etcétera. Sin dudas que estos recursos de salvaguarda son valiosos para brindar
seguridad a las víctimas de violencia. Estos paliativos ofrecen paños fríos a
la crítica situación pero aun no se hallan soluciones genuinas al problema de
fondo de maltrato, violencia y muertes.
Si bien no se puede hablar de pócimas
infalibles en este sentido, es preciso que todos hagamos una profunda
autocrítica en cuanto a nuestras actitudes, prejuicios, creencias, hábitos
relacionados a las conductas que conducen a la violencia o a la paz. No es solo
una cuestión de educación, va más allá. Es un ejercicio que debemos realizar a
diario en cuanto a nuestros pensamientos y dichos, es decir, preguntarnos: ¿cuáles
de los mismos promueven violencia? ¿cuáles infunden paz? ¿cuáles construyen una
sociedad armónica? ¿cuáles son producto del machismo?
Debemos entender que, absolutamente todos,
gozamos de derechos y de libertades individuales. Que las personas valemos por
lo que somos, no por lo que tenemos o aparentamos. Qué todos merecemos respeto.
Que cuando algo no se ajusta a nuestros deseos, no es culpable quien convive
conmigo. Que la infidelidad, situación penosa quien la padece e injusta quien
la comete, debería ser el punto final de una relación pero no un motivo de
asesinato. Que cualquier hecho negativo que percibimos no siempre está
íntimamente relacionado con nuestro valor intrínseco como persona, pero que
muchas veces lo hacemos propio y lo traducimos en violencia. Podríamos seguir
enumerando situaciones indefinidamente.
Promovamos pensamientos y acciones saludables;
reeduquemos a las nuevas generaciones con herramientas que orienten a una sana
convivencia; busquemos que las relaciones humanas sean más cercanas y enriquecedoras,
por encima de la comunicación tecnológica (y no a la inversa); meditemos nuestras
decisiones, especialmente, si sabemos que las mismas desencadenarán situaciones
de arrebatos; controlemos nuestros impulsos más primitivos cuando nos sintamos
amenazados. Creemos una sociedad más libre, inclusiva y pacífica.
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