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Trágico final del Teatro Nacional de Gualeguay

A fines del siglo XIX, la ciudad hacía gala de un majestuoso teatro nacional, que estaba ubicado en pleno centro, en calle San Antonio entre, por entonces Belgrano (actualmente Chacabuco) y Urquiza (hoy 1° de mayo). El imponente edificio había sido inaugurado el 28 de marzo de 1891 y se incendió el 3 de marzo de 1910.

El historiador gualeguayense, Gastón Fleita Moreyra, cuenta que "en el año 1882, por iniciativa del Dr. Antonio Medina y Juan Bautista Chichizola, dos antiguos filántropos vecinos de la ciudad, se lleva a cabo una reunión, con el fin de establecer una comisión de creación del Teatro Nacional, que reemplazaría al antiguo y modesto Teatro Rocamora de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, inaugurado en 1877. Es por ello que se conformó una comisión de acciones y adhesiones".

"Se adquiere la propiedad de calle San Antonio Sur, al 180, al señor Juan A. González Calderón. El teatro estaba construido completamente en madera roble, nogal y cerezo. Tenía capacidad para 560 personas. El 3 de marzo de 1910, un incendio, el cual nunca se pudo determinar si fue accidental o intencional, consumió por completo el edificio, reduciéndolo a cenizas en cuestión de dos horas y media".

Acerca de este infortunio para el teatro nacional, Fleita Moreyra, señala que "los diarios de la época narran que los vecinos y empleados de servicios, corrían desde distintas distancias de la ciudad, con baldes y bateas de agua, para sofocar el incendio, que se había propagado a las propiedades linderas. La casa de Don Darío González Calderón (hoy edificio del Jockey Club), el antiguo Café Americano y Hotel de Londres de los hermanos Francisco y Pedro Couddannes, fueron las más perjudicadas".

Finalmente, el historiador relata que "en el año 1910, se conmemoraba el Centenario de la Revolución de Mayo. Los actos programados, ante la falta de un teatro, se realizaron en la Retreta de Plaza Constitución y en el Balcón Principal del Hotel Genovés (hoy "Hotel Jardín").

*El Teatro Nacional: un proyecto con una vida y varias muertes

Afirma Humberto Vico que los años 1887 y 1888 fueron excepcionales en la vida de Gualeguay tanto por las obras públicas que se realizaron o iniciaron en esos años –algunas ya mencionadas, como la cárcel y el mercado de abasto–, como por una serie de realizaciones emprendidas por los vecinos[108], entre las que sobresalen especialmente dos: la primera feria rural y la construcción del Teatro Nacional.

Gualeguay había tenido un teatro, llamado Rocamora (como el fundador de Gualeguay). De él solo sabemos que en 1888 estaba en tan malas condiciones y que su propietario decidió demolerlo. Surgió entonces entre algunos ciudadanos la idea de construir para la ciudad un teatro que reuniera “las condiciones necesarias de comodidad y elegancia” que “esta importante y progresista ciudad” reclamaba desde hacía “mucho tiempo”[109], reiteración del discurso que asocia el prestigio de una población con la posesión de un teatro. Se proponían llevar a cabo el proyecto mediante suscripción de acciones entre los habitantes, y con algún aporte del gobierno comunal. No era esta una práctica novedosa; por el contrario, ya había sido empleada para construir el Teatro San José en Gualeguaychú y el Teatro San Justo de Paraná. En ambos casos se había procedido además a la venta anticipada de palcos, algo que era corriente en los teatros europeos[110]. Pero el teatro de Gualeguay no fue obra municipal, provincial o nacional, ni de una sociedad de socorros mutuos; surgió de una iniciativa de vecinos que formaron una comisión cooperadora y gestionaron la emisión de bonos por $40.000, costo estimado de la obra[111]. Asumió la construcción Pedro Coudannes, comerciante local[112]. El teatro llevó por nombre “Nacional”, y fue erigido y decorado por europeos residentes en la localidad: Agustín Antola, italiano, se hizo cargo de la construcción, y el pintor suizo Costantino Brignoni, de las decoraciones del cielorraso[113]; los mármoles para los escalones y las balaustradas de los palcos fueron adquiridos en Buenos Aires. La construcción se completó en ocho meses. Su ubicación era céntrica, pero, por su aspecto exterior, no se diferenciaba de una casa importante, y de hecho su frente estaba constituido en parte, en el piso superior, por habitaciones del hotel al cual estaba anexo.

Fue inaugurado con una fiesta “que fue un gran acontecimiento social”. Animada la espera por ejecuciones de la banda municipal, al levantarse el telón la entonación del himno nacional dio una nota de solemnidad. Siguieron luego los discursos del presidente de la comisión del teatro y del representante de la comuna[114]. La ocasión excedía, pues, el mero hecho artístico: objeto de la celebración eran el teatro mismo y las entidades que posibilitaron su concreción. Luego una compañía de zarzuelas llegada de Buenos Aires presentó dos piezas de repertorio clásico: Marina y Chateau Margaux.

Teatro Nacional en 1905.
Carecemos de información sobre la forma de administración del teatro, o sobre quién era el propietario efectivo[115]. Hemos podido seguir sus actividades en el periódico El Debate entre 1901 y 1910. En ese período tuvieron lugar en él reuniones de vecinos para tratar el proyecto de crear un colegio secundario o una escuela normal en la localidad (1891), funciones de gala en las fiestas del 25 de mayo y 9 de julio, funciones de beneficencia con fines educativos o de solidaridad, celebraciones de la fiesta francesa del 14 de julio y bailes de carnaval. Además, se presentaron compañías dramáticas, cómico-lírico-dramáticas, de ópera y de zarzuela, y espectáculos diversos.

Las compañías itinerantes

Para actuar en el teatro, llegaban a Gualeguay desde Buenos Aires o desde otras ciudades de Entre Ríos, como Paraná, Gualeguaychú, Rosario Tala o Victoria, compañías que traían, además de su elenco, los decorados necesarios y su propia orquesta, a la que a veces incorporaban músicos locales (una orquesta de estas compañías tenía típicamente entre cinco y siete músicos). Comunicaban sus programas a la prensa local y a la población en general mediante la distribución de volantes. Solían ofrecer abonos a varias funciones y también entradas para cada espectáculo. Para comprometer la concurrencia de los vecinos, era habitual que dedicaran alguna función a beneficio de alguna institución local, a la cual cedían un porcentaje de las entradas vendidas.

El calor, el frío o la lluvia podían conspirar contra las intenciones de llegarse hasta el teatro. También debían en ocasiones competir con espectáculos al aire libre, especialmente en las noches estivas, como sucedió, por ejemplo, en diciembre de 1901, según informó el diario:

Retreta

No se pudo desear ni pedir mejor que la efectuada el domingo; todo lo más granado de nuestra sociedad participó de ella. Difícil sería dar los nombres de las familias asistentes sin incurrir en omisiones sensibles, razón por la que omitimos este importante detalle[116].

Compañía Dalmau

El domingo debutó, con el hermoso drama Los dos sargentos franceses, esta compañía que reputamos de primer orden.

El público fue escaso, debido quizás al fuerte calor que reinaba y a la preferencia que se dio a la retreta donde se respiraba más libremente […].

Ahora toca al público proteger un poco más a estos artistas que se lo merecen y concurrir al Teatro el jueves.

Las localidades sufrirán notable rebaja: entrada y asiento a un peso.

No hacemos crónica de la concurrencia femenina, sólo había una preciosa y distinguida señorita, ya ven que faltaban muchas[117].

Se mantuvieron las funciones de la retreta los domingos, pero las de los jueves fueron pasadas a los miércoles mientras actuara la compañía, para no perjudicarla.

Unos meses después, el debut de la compañía Falconer, que traía como cantante principal a Emilio Sagi-Barba, barítono español en ascenso, famoso en la época en el país, tuvo un debut igualmente decepcionante.

Entre 1902 y 1910 –años para los que contamos con las crónicas del diario–, el teatro recibió por lo regular dos compañías por año, con excepción de 1908, en que se presentaron cinco. Solo dos compañías actuaron en más de una temporada en ese período: Falconer, en 1902, 1904 y 1908, y Galé, en 1904 y 1908. Tanto la compañía Galé como la Falconer, españolas, habían actuado en la década anterior y lo harían también en la siguiente, Galé en 1910, 1911 y 1912, y Falconer en 1918 y 1919. Ambas eran compañías cómico-lírico-dramáticas y su repertorio se componía de zarzuelas, comedias, operetas y petipiezas. Mariano Galé (actor dramático) y el tenor Jaime Falconer habían llegado a Argentina a fines de la década de 1880 y desde entonces actuaban con sus respectivas compañías tanto en Buenos Aires como en distintas ciudades de provincia.

Humberto Vico menciona la presentación de la compañía de óperas de José Clará en 1898[118]. Desconocemos si hubo alguna otra antes de 1902; desde ese año, solo otras dos visitaron Gualeguay hasta 1910. En agosto de 1908, la Compañía Italiana de Opera Soler Santangelo presentó una propuesta de “ópera buena y económica” con un repertorio clásico para este género: Lucia di Lamermoor, Cavalleria Rusticana, I Pagliacci, Tosca, La Sonámbula, Il Barbiere di Siviglia y Rigoletto, con dos funciones de cada una de las dos últimas. Primeras figuras de la compañía eran la soprano Elisa Soler Santángelo y el barítono Pietro Favaron[119]. Casi todos los integrantes del elenco habían actuado en el Teatro Marconi de Buenos Aires; Favaron había cantado en el Coliseo de Buenos Aires a principios de ese año, y Santángelo lo haría, con el Barbiere, en octubre y noviembre; años más tarde (1915), personificaría a la Gilda de Rigoletto en el Colón[120]. La serie de funciones de abono contó con buena presencia de público (algo muy lejos de ser habitual), con excepción de la ópera de Bellini, que vio algo menguada la concurrencia.

En octubre del año siguiente, se pudo ver en el teatro a la Compañía Lírica Luis Salvarezza, integrada principalmente por elementos que actuaban o habían actuado en el Teatro Marconi. El elenco era bastante heterogéneo en calidad, y también en experiencia. Felix Ottonello, buffo, había sido cantante y cabeza de compañía en 1888-1889, y había actuado en el Teatro Doria (antecesor del Marconi) en 1896. El debutante tenor lírico Natale Colombo integraría dos años después la compañía Cittá di Milano[121]. También esta compañía presentó un repertorio clásico: debutó con Il Trovatore, y siguió con Tosca, La Traviata, La Bohème, Carmen y Rigoletto –esta última, según el cronista, favorita–. Como novedad en el escenario local, ofreció Fra Diavolo, cuya interpretación resultó “algo desaliñada”[122].

Desde 1907, además, hubo exhibiciones de cine a cargo de diversas empresas. Las proyecciones cinematográficas se difundieron rápidamente en el país luego de la introducción de este medio en los últimos años del siglo xix, y se realizaban en confiterías como entretenimiento adicional para los parroquianos, o bien en salas alquiladas ocasional o regularmente. Para los propietarios o arrendatarios de los teatros, significaban la posibilidad de obtener ingresos en los intervalos en que no se presentaban compañías dramáticas o líricas. Para el público constituía una diversión accesible a precio menor. Pero las filmaciones mudas, casi siempre en blanco y negro y solo ocasionalmente en colores (celuloide pintado), no constituían por sí mismas un espectáculo satisfactorio, de modo que debían ir combinadas con intervalos musicales u otros entretenimientos, además de la música que acompañaba la proyección.

El fin del Teatro Nacional

El insuficiente mantenimiento era un mal que aquejaba con frecuencia a los teatros, y el que aquí nos ocupa no fue una excepción. Decía el cronista de El Debate el 4 de mayo de 1908: “[…] debutó el sábado en nuestro destartalado coliseo la notable compañía dramática de rango español, dirigida por el eximio artista señor José Tallaví”.

Dos días después se explayaba:

El nuevo aspecto que ofrece el teatro, aunque muy lejos del debido –con el debido respeto y permiso del señor empresario–, la ausencia de ciertos perfumes que saturaban su ambiente y la extirpación de los enjambres de bichos negros y saltones que hambrientos hacían presa en las pantorrillas de los asistentes dan la acabada idea de lo que puede la actividad municipal cuando se inspira en el bien de la colectividad cuyos intereses le están confiados[123].

Las mejoras fueron aparentemente solo de higiene: al mes siguiente se hacía notar que la compañía Galé había intervenido en la decoración del escenario para disimular su deterioro[124]. A punto de cambiar de propietario el teatro, es probable que el vendedor dejara las tareas de reparación y mantenimiento a los futuros dueños.

En marzo de 1910, durante una función de cine, un incendio originado en la cabina de proyección se propagó rápidamente por toda la sala, y, en algo menos de tres horas, el teatro quedó totalmente destruido. Unos 60 espectadores, al advertir el humo,

Desalojaron rápidamente el recinto del Teatro, precipitándose algunos de los espectadores del paraíso a los palcos altos y desde estos a la platea.[…]. Advertido el principio del incendio, las campanas de la Iglesia Parroquial lo anunciaron al vecindario, con repiques continuados, e inmediatamente ocurrieron [sic] al lugar en peligro todos los empleados que se encontraban en la Policía, los de la Municipalidad y un número extraordinario de vecinos cuyos esfuerzos se dirigieron desde luego a evitar la propagación del desastre a los edificios contiguos, con los escasísimos medios de que se disponía.

A las 11 y ½ el fuego había concluido con todas las existencias e instalaciones del teatro y la tirantería y chapas de los techos y maderamen de los cielosrasos [sic], del proscenio y las galerías, formaban sobre el terreno una enorme hoguera. […].

Unánimemente se considera que el incendio de anoche, muy lamentable […] ha sido una desgracia con relativa suerte para el vecindario, pues las condiciones del teatro constituían un peligro constante y gravísimo para el público que, aun en las representaciones de poco atractivo semejantes a la que ayer se dio, acudían en número que excedía al de las localidades[125].

En la misma noticia, se indicaba que el teatro, junto con el hotel de Londres “al que pertenecía como uno de sus principales anexos”, tenía una deuda hipotecaria de $60.000 y un seguro aproximadamente por ese valor.

Cenizas y humo sin fuego: promesas incumplidas

Reducido a escombros nuestro teatro por el colosal incendio del jueves pasado, […] su falta es hoy múltiplemente sentida, ya que nuestros hábitos sociales lo han aceptado de lleno, que algunas buenas compañías lo frecuentan y que es el único punto con que contamos para reuniones o fiestas de cualquier índole[126].

Gualeguay se había quedado sin teatro. El Debate reclamó inmediatamente que la municipalidad se hiciese cargo de construir uno nuevo, sugiriendo un emplazamiento posible y la contratación de un empréstito. A principios de julio, el periódico informó esperanzado que tanto en la municipalidad como en los particulares estaba el propósito, y que se estudiaba la factibilidad de un empréstito[127]. Un año después, lamentaba que no se hubiese avanzado: “En el dilatado espacio de las conquistas edilicias, que el vivo amor al pueblo lo hace desear con los adelantos de las poblaciones progresistas, modernas; la anhelada obra del Teatro forma constelación con otras de igual magnitud”.

El cronista consideraba que el teatro, por su beneficio a la cultura y a la sociedad, debía tener prioridad sobre las otras, pero constataba con desilusión que ocurría lo opuesto:

Mas no sucede así, en esta ciudad que se precia de poseer elegantes edificios públicos y sociales y tres instituciones bancarias reveladoras de su capacidad económica, la obra del Teatro no tiene privilegio alguno sobre la conveniencia personal que presupone la nonchalance de los ediles[128].

Y culpaba de ello a la modificación del régimen municipal que establecía la designación de intendente por parte de las autoridades provinciales, y a la indiferencia de los ciudadanos.

Humberto Vico registró una nueva frustración en 1912, cuando un grupo de vecinos obtuvo un crédito bancario de $22.000 para la construcción, pero el proyecto no se concretó por disidencias en torno al lugar de emplazamiento (el solar original u otro de preferencia de los vecinos)[129].

A fines de noviembre de 1913, un nuevo anuncio renovaba las esperanzas:

Los señores Dellacasa e hijos acaban de recibir de Paraná los planos para la construcción del nuevo teatro que se levantará al lado del “Londres Hotel”.

Hemos tenido ocasión de verlos y podemos asegurar que tendremos un coliseo que ofrecerá a la culta sociedad de Gualeguay todas las comodidades que pueden ofrecer por el momento los teatros más modernos de la Capital Federal[130].

Interrogado el señor Dellacasa sobre en qué término de tiempo podíamos tener el placer de estrenarlo, nos manifestó que si todo iba como hasta el presente, se verían colmadas nuestras aspiraciones dentro de poco plazo, es decir, para fines del año entrante.

Al respecto, escuetamente dice Vico: “Después no hay más noticias y el teatro quedó sin levantarse”[131].

El tema resurgió en octubre de 1919: el Senado provincial aprobó una ordenanza de la municipalidad de Gualeguay sobre edificación de un teatro, cuyo costo sería de $150.000. Al informarlo, El Debate comentaba:

La tan anhelada obra va, pues, en camino de convertirse en una hermosa realidad. Podemos confiar firmemente en que, si nuestras autoridades municipales persisten con empeño en el propósito, como lo creemos, Gualeguay tendrá en breve un teatro que hará honor a su cultura y embellecimiento estético.

Contrariando esa esperanza, la Cámara de Diputados concluyó sus sesiones sin tratar el tema. Como en los comienzos, las respuestas tendrían que encontrarla los habitantes de Gualeguay al margen de las instituciones municipales y provinciales. Esta vez la iniciativa había surgido en el seno de la Sociedad Italia.

 

*Fuente: (Capítulo 4. Historias de dos ciudades. Los teatros de San Nicolás de los Arroyos y Gualeguay, de Alicia Bernasconi).

 

 


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