Sin dudas que es uno de los
personajes pintorescos de la ciudad, que le da colorido a las calles, con sus
ristras a cuestas, recorriendo distintos sectores de la urbe, principalmente,
en horas de la mañana.
José
Antonio González, que algunos lo llaman el “Tucu”, porque así le decían a su
padre, es ajero desde hace unos cuarenta años. Vive en la zona de “5 Esquinas”,
junto a su familia. En la actualidad es el único vendedor ambulante de ajo de
la ciudad. En otros tiempos, hubieron numerosos ajeros.
Para
José, de 56 años, vender ajo no es un simple trabajo sino que es su medio de
vida. En diálogo con “El Debate Pregón” contó la experiencia de su profesión.
¿Se puede vivir solamente de vender
ajos?
.-
Sí, vivo de esto, lo hice toda la vida. Mi casa la construí gracias a este
trabajo. Salía con un par de ristras y las vendía en el acto. Cuando viajaba a
Corriente, Misiones, lograba hacer mucho dinero. Estaba 15 días o un mes
vendiendo en esos lugares y, como en ese entonces, vivía solo, ahorraba.
¿Por qué se extinguieron los
vendedores de ajo?
.-
Uno de los motivos es que la situación del país está difícil. Hoy en día llenar
un cajón de ajos cuesta mucho dinero y lo que compras querés venderlo, y nadie
quiere arriesgar a perder.
¿Y cómo fueron sus comienzos en
esta actividad? ¿Por qué eligió ser ajero?
.-
Cuando tenía unos 10 años iba al “Tres de Caballería”, donde había un sitio
baldío y allí arribaban los grandes vendedores de Rosario. Entonces, se
acercaban al lugar los ajeros de la ciudad y yo, que tenía 10 u 11 años les
hacía mandados. Y me gustó esta cuestión de vender ajos, me animé a hacerlo,
cuando tenía 15 años, anduve viajando y me empapé en el tema.
¿Y cómo es la venta?
.-
Antes vendía hasta 10 ristras por día. Ahora la venta es distinta, vendo una o
dos, o a veces tres por día. Pocas veces, vendo cuatro o cinco. La gente compra
pocas unidades y, en algunos casos, ristras enteras. Vendo a carniceros. Tengo
clientes de la zona de campo. En invierno se hacen muchas facturas de chancho,
entonces, vendo ristras, o medias ristras, o 10 ó 15 cabezas, por cliente.
Uno
sale a la calle a suerte y verdad. Hay días que tengo suerte, en los que vendo
todo, y otros en los que me paseo con el ajo. No es algo seguro, donde disponés
de un sueldo seguro.
Recorro
distintas calles de la ciudad, por la mañana, aunque si tengo que ir por un
pedido a un lugar por la tarde, lo hago. El producto que vendo proviene del
Mercado Central.
Tengo
clientes que conocen mi recorrido o que, simplemente, me encuentran en la calle
y me compran. Los lugares más habituales por donde suelo vender es la zona
bancaria y del supermercado de Emilio Aschkar.
También hay personas que han sabido
reconocer su profesión y lo han retratado artísticamente. Nos cuenta acerca de
eso…
.- Sí,
la señora Cristina Gómez, un día me preguntó: “quiere que le haga un retrato”,
porque ella se dedica a hacer obras artísticas con personajes de la ciudad. Le
dije que si no me cobraba nada, aceptaba (risas). Así que hizo un cuadro, que
luego lo vi, y quedó hermoso.
¿Qué nos puede decir del producto
que vende?
.-
El ajo tiene muchas propiedades, por ejemplo, es saludable para personas con
problemas de presión arterial, mejora la calidad de la sangre, actúa contra el
parásito.
El
ajo es un producto que se mantiene largo tiempo en buen estado, no se echa a
perder de un día para el otro. Por ahí, algunos dientes se ponen feos, pero la
mayoría, no.
¿A quiénes hay que agradecer por su
tarea diaria?
.-
Agradezco a toda la gente que me conoce, que me compra ya que gracias a eso
puedo vivir. Salgo a trabajar los domingos y los feriados. Por supuesto que con
la lluvia se complica salir a vender.
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