Entre los pasajeros que descienden, lo hacen dos mujeres, de unos 30 años, vestidas de manera discreta, quienes aparentemente tienen alguna relación de amistad. Saben que deben esperar en la estación de colectivos hasta el amanecer para realizar la actividad que tienen previsto realizar, cada una por su lado, pero en un mismo lugar. Es decir que se predisponen a la espera de unas ocho horas.
Una de ellas recorre la modesta terminal, la otra luego de unas horas intenta conciliar el sueño acostada sobre uno de los bancos de madera del lugar. Pero finalmente no logra este cometido y se mantiene despierta. Ambas mujeres charlan, también lo hacen con parte del personal de la terminal, con el empleado del único drugstore. También charlan por teléfonos con algunas amistades. Las horas parecen no avanzar de la manera que ellas desean.
En las últimas horas de la espera, las mujeres empiezan a palpitar lo que ocurrirá pronto. Se empiezan a cambiar de vestimenta, se hermosean, se perfuman. Una de ellas se acerca al único negocio abierto para comprar una banda para el pelo. Más tarde la misma, acude para adquirir un pote de pasta dental pero el encargado del drugstore no cuenta con ese artículo entre los productos. Luego, la otra señorita hace lo propio para comprar un delineador y el empleado de comercio tampoco puede complacerla con ese objeto de belleza.
El día empieza a aclarar, el sol lentamente va asomando en la ciudad, y ambas mujeres charlan animadas y con entusiasmo. Se acerca el gran momento del día para las dos. De pronto, toman sus bolsos y carteras y salen caminando hacia el centro de la ciudad. El destino es la unidad penal. Van a compartir el día junto a sus novios presidiarios.
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