Primero de Mayo y San Antonio. |
Escuché
a varios memoriosos de Gualeguay hablar de un hito en su historia, y entre esas
palabras e imágenes del recuerdo descubrí un asomo de lamento. Cuando sobre la
mesa cercana al churrasquero aparece el nombre de la confitería “El Águila”,
los corazones ensayan un redoble de alegría y silencio.
Figueroa
Hermanos estaba formada por Ricardo y Germiniano Benjamín, que fueron los
dueños de la confitería. En la búsqueda de información tuve la suerte de hablar
con Daniel Figueroa, hijo de Ricardo, y por su recomendación tener una charla
con Aarón Jajan, de una memoria prodigiosa.
Aarón
avisó que en el lugar donde se posó “El Águila”, la esquina de San Antonio y 1º
de Mayo, existió antes otro bar, el “Burgos”, y que los Figueroa, antes de
arrancar en esa esquina en los primeros años del 40, tuvieron otro boliche: “Se
llamaba ‘El
Quien
recuerda propone la descripción de un día típico en “El Águila”: “A las 8 ya
estaba abierto. Desayuno a la mañana. Había clientes a los que el mozo les
llevaba, sin mediar pedido alguno, el café con leche con ‘bay biscuit’ con
manteca, mermelada o dulce de leche, y el diario. Los que no tenían la
necesidad de pedir, tampoco pagaban. Se les cobraba a fin de año. Ninguno fallaba,
valía la palabra. Iban camino al trabajo. Después seguía la sección café: de
Aarón
Jajan tiene una detallada memoria de los músicos: “La orquesta se llamaba Gómez
Madera. Alfonso Gómez fue un extraordinario violinista. Madera tocaba el
contrabajo. El pianista era Acosta, que era administrativo en la Policía.
También tocaba el violín Delfor Montañés. En el bandoneón desfilaron algunos:
Bolita Muñoz, Mundi Selimán, el rengo Alfaro. Artistas de mi pueblo que han
dejado un muy buen recuerdo en la gente, eran buenos. Los ‘Té danzantes’ de ‘El
Águila’ eran muy concurridos. Yo llegué al bar de la mano de mi trabajo, era
speaker de ‘Difusora Popular’, institución dirigida por Carlos Germano y nacida
el 1º de enero de 1939. ‘Difusora Popular’ tenía distribuidos cuatro parlantes
en la plaza Constitución y un puñado más en distintos lugares de la ciudad. Se
pasaban charlas de médicos, mucha música y se daba información sobre los
músicos y sus obras, así conocí personas que me acercaron a las charlas en las
mesas de ‘El Águila’”.
Los
trabajos que realizaba el pibe Daniel Figueroa en el bar eran simples: “Hacía
mandados, atendía el teléfono, alcanzaba un café con leche a una mesa”. A los
once años, en 1954, Daniel perdió a su papá. Su tío quedó al frente del
negocio.
En
“El Águila” toda la vajilla tenía estampado el nombre de la casa. Se escuchaba
radio todo el día: fútbol, box, las carreras de Fangio. Y, entre los habitués,
había personajes, cuenta Daniel: “Iba don Pedro Bolfo, francés, a tomar café a
las 11, sombrero, sobretodo y bastón. Tenía muchos dichos y me quedó uno
grabado que siempre repito: ‘Tenga en cuenta m’hijo, 90 no son un peso’. A los
meses me dijo: ‘Acuérdese, el que tiene 90 no tiene un peso, le faltan diez’.
Había choferes esperando en el bar, entre ellos: Chafa, que era el chofer del
doctor Francisco Crespo, que vivía haciendo cruz con ‘El Águila’. El doctor
Guías Díaz, un muy buen abogado que llegó a ser juez, era distraído. El auto
por lo general lo dejaba sobre San Antonio. Andaba siempre apurado, tomaba café
y salía por la otra puerta para Tribunales. Como a la una llamaba para saber si
había dejado el auto en la esquina. Un día se lo olvidó cerca de la cancha
donde había ido a ver fútbol. Se dio cuenta después de caminar catorce
cuadras”.
Transitaron
las mesas de “El Águila”: “Roberto ‘Cachete’ González, amigo mío, en Buenos
Aires nos veíamos siempre en el ‘Florida Garden’. Iban Derlis Maddonni, Asef
Bichilani, Carlos Mastronardi, que era amigo de papá, y Juan José Manauta”.
Figueroa
recuerda ciertas reglas del lugar: “Todos de saco y corbata, así tuvieras
quince años. Un domingo no podías entrar con botas de campo. Había muchas
familias. Un día llegó Ramón Mihura, que fue gobernador de la provincia. Era
domingo a las siete de la tarde, bien vestido, pero de botas. Pidió whisky. Mi
tío que era bastante cascarrabias, llamó a los tres mozos: el “Chueco” Pino,
Medina y Fara, mandó a uno: ‘Dígale al señor Mihura que se retire, así no puede
estar’. El recién llegado respondió: ‘Yo soy Mihura de la estancia tal, y fui
gobernador de Entre Ríos’. Mi tío contestó: ‘Acá el dueño soy yo, que se
retire’. Sucedió delante de toda la gente. Si alguno se pasaba, lo suspendían
por meses, todos sabían que era así, las reglas eran para comportarse bien”.
Germiniano
Figueroa decidió dejar el negocio y se lo alquiló a la familia Ipoucha (hoy dueños
del bar y pizzería ‘Apolito’), que mantuvo el nombre de la confitería hasta que
los Figueroa vendieron la edificación hacia finales de los años 60, entre 1967
y 1968, recuerda Aarón Jajan, que trabajaba para la empresa de seguros que
cubrió la construcción del nuevo edificio en la esquina.
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Puertas de ingreso a la confitería. Las mismas se encuentran en el Museo Ambrosetti. |
Tomo
la palabra del poeta Rubén Derlis, poeta del barrio de Boedo de Buenos Aires.
En su libro “Guía para vagabarrios” se refiere a su barrio y las ausencias
físicas: “Por las calles de Boedo lo invisible permanente rebasa de emociones
el alma, hay que sostener muy fuerte el corazón, amarrarlo a la hombría, para
que las palabras vueltas poemas en cada esquina no le desacomoden
peligrosamente los latidos, porque este es esencialmente un barrio para sentir.
(...) En este barrio, casi no quedan cosas materiales que palpar, talismanes
porteños de invocación para acercar la magia: la puerta y el cancel de la casa
donde habitó un pintor, el café convocante de los últimos y veros bohemios, la
mesa predilecta del poeta junto a una hiniestra inexistente. (...) Quedan
escasos lugares visibles de aquellos que cobijaron a los tantos nombrados...”.
Mi
suegro, el memorioso Gustavo Gálligo, me dijo que todavía guarda el aroma
propio de “El Águila”: “Una mezcla de café y madera”. Lo dicho: lo invisible
permanente, todo para sentir.
(Fuente: blogspot "Anécdotas
de churrasquero", de Edgardo Lois).
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