Hace un tiempo, en un taller de crónicas literarias, la
docente nos pidió a los alumnos que describiéramos lo que significaba para
nosotros “La ciudad soñada”. Y, en mi caso, me remití a contar la experiencia
de vivir en Larroque, localidad donde resido hace casi dos años. Es un lugar que me gusta para vivir, es agradable, tranquilo,
emprendedor. También tiene sus carencias humanas. ¿Acaso, existe una “Cidade
Maravilhosa” o perfecta?
Parque
de la Estación.
Larroque, con una población de 7.000 habitantes,
aproximadamente, me recuerda a la Gualeguay de hace unos 30 años: un pueblo
manso, con gente amable y cordial, sin problemas de inseguridad.
Al principio, noté cierta indiferencia y resistencia a la
aceptación. Es bastante frustrante saludar y no ser correspondido. Pero a esto
debo sumarle que también, en algunos casos, he tenido esos mismos
comportamientos hacia ellos. Y acá se pone en juego lo que quiero ser en la forma
de comportarme, que es de una manera amable y cordial.
Pienso que lo que sucede en las ciudades chicas, sea bueno
o malo, es más notorio o se potencia más que en las grandes urbes, pero en
definitiva se produce el mismo mundillo. Existen chismes de todas las formas y colores y a partir de allí surgen miles de suposiciones y malos entendidos, y
se crean aún más prejuicios a los ya existentes. Y algunos de estos nunca llegan a ser desterrados.
Pero también entiendo que estas situaciones nos afectan
en la medida en que no sepamos cómo enfrentarlas o resolverlas. Puedo tener una
actitud negativa en virtud a cómo percibo el mundo o, por el contrario,
comprender el medio en que vivo y seguir manteniendo la idea de ser y
comportarme (como la describí anteriormente). Creo que algunas personas
lidiamos a diario con esta situación.
Larroque es una ciudad con bellos espacios naturales,
paisajes que se funden entre la urbanidad y el campo. Cuando la conocí, me
llamó mucho la atención la frondosidad del arbolado, también sus amplias
veredas y extensas cuadras. Las plazas son pequeñas, pero vistosas, con juegos
y comodidades para todos. Para mi gusto, es una ciudad un poco
desproporcionada, entre superficie y población; también algunas calles, las
denominadas céntricas, no son uniformes. El Parque de la Estación, por donde se
desplazan cotidianamente trenes cargueros y cruzan los larroquenses de un lado
al otro, es el lugar central del pueblo, donde se desarrolla una intensa
actividad social y cultural. La gente hace caminatas, deportes, los niños se
divierten, los jóvenes comparten su amistad, los enamorados se encuentran. Allí
también tienen lugar las fiestas populares, de grandes concurrencias, los
festejos de la ciudad, entre otros eventos.
Retomando mi vínculo con la comunidad, por suerte, esa
resistencia que percibí al comienzo está despareciendo poco a poco. Pienso que
eso depende en que, tal vez, me van conociendo un poco más cada día. A su vez también
tengo que ir comprendiendo la idiosincrasia del pueblo y tener una
predisposición positiva hacia la gente, es decir, venciendo también
mis propios prejuicios y siendo tolerante ante la eventual indiferencia.
En resumidas cuentas, Larroque, se ajusta a la idea
personal que tengo de una ciudad soñada. Vale decir también, que vivo junto
a mi señora, Flavia, y nuestra pequeña hija, Lourdes. Y, en estos casos, de vivir
en familia, la característica de tranquilidad que ofrece el pueblo tiene un
valor inapreciable.
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